Quién fue Susan Sontag, “la mujer más inteligente de Estados Unidos”: leé gratis un libro sobre su vida y obra
[”Susan Sontag y el oficio de pensar” se puede descargar gratis de Bajalibros clickeando acá.]
“La mujer más inteligente de Estados Unidos”. “La autora de la Biblia de los años 60″. “La última gran intelectual americana”. “La mujer que fue al campo del análisis cultural y político lo que Bob Dylan fue al campo de las letras de la música popular”. Podrían parecer hipérboles o exageraciones, pero no. Son algunas de las formas en que se ha descrito a la escritora, ensayista e intelectual estadounidense Susan Sontag, que hoy cumpliría 90 años.
Autora de libros indispensables que cambiaron la forma de pensar el arte y la cultura como Contra la interpretación, Estilos radicales y La enfermedad y sus metáforas, Sontag fue una “figura insoslayable del pensamiento contemporáneo”, y “cronista y protagonista de una revolución cultural”, como la describe la periodista argentina Verónica Abdala en su libro Susan Sontag y el oficio de pensar, editado por IndieLibros, que puede descargarse gratis en Bajalibros.
“Para Susan la cultura era casi todo: la pintura, las bellas artes, la música clásica, pero a la vez el rock, Bach y Los Beatles, cómo nos relacionamos con la publicidad, cómo consumimos dentro de un mercado capitalista”, dijo Abdala en una entrevista con Infobae. Según la autora, esto significó una noción irreverente y desfachatada frente a la academia, ya que combinó el rigor académico y la insolencia intelectual para darle estatus a las manifestaciones menos visibles de la cultura contemporánea, desde el camp a la literatura pornográfica.
“Sontag se interesó por una constelación de cuestiones, y en todos los casos demostró una versatilidad inusual para analizarlas desde una perspectiva original. Asuntos aparentemente tan alejados entre sí como la omnipresencia de las imágenes fotográficas en las sociedades contemporáneas, los simbolismos asociados a enfermedades como el cáncer, la tuberculosis y el sida, las guerras, las vanguardias o las virtudes que debe reunir una creación para ser considerada arte, cobran sentido y se interconectan en sus libros, con resultados a menudo impredecibles”, escribe Abdala.
A 90 años de su nacimiento, la figura de Susan Sontag no ha perdido ni un ápice de su brillo, mientras sigue encontrando adeptos en los lectores de las nuevas generaciones. Aunque su nombre sea hoy harto conocido, quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de cruzarse con su obra, el libro Susan Sontag y el oficio de pensar es una imprescindible puerta de entrada al universo de una autora que, como pocas, cambió el mundo para siempre, un libro a la vez.
Así empieza “Susan Sontag y el oficio de pensar”
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Retrato de un icono: Respuestas
La canción más famosa e influyente de la década de los 60 afirmaba que las respuestas a las preguntas que millones de jóvenes le hacían al mundo estaban flotando en el viento. Era una forma de decirlo, puesto que el autor era un poeta llamado Bob Dylan y no un matemático. Pero la historia le dio la razón: desde que escribió y empezó a cantar en público Blowin’ in the Wind, en 1962, hasta que en 1969 el hombre llegó a la Luna, muchas de aquellas preguntas empezaron a encontrar respuesta. Porque aquí, allá y en todas partes una nueva generación empezaba a pisar firme en la historia, dispuesta a cambiar un mundo enfermo.
La ensayista y escritora Susan Sontag, que tenía veintinueve años cuando esa canción se convirtió en el himno del Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos, fue al campo del análisis cultural y político lo que Dylan al campo de las letras de la música popular: la figura que marcó un antes y un después. Su obra no se entiende fuera del contexto de los años sesenta porque fue resultado y síntoma de los aires de rebelión, renovación y revolución que la traspasaban.
Definición
Para muestra, basta un ejemplo: hasta que Sontag dio estatus escrito a la palabra camp y se propuso definir el fenómeno con rigurosidad académica, esa estética de la exageración y el artificio era apenas un concepto vago que circulaba en la jerga del mundo gay masculino. Hasta entonces a nadie se le había ocurrido relacionar una palabra de un gueto con el mundo circundante, descubriendo así cuánto tenía que ver el todo con sus partes.
La obra que llevó a cabo en las cuatro décadas siguientes fue un fenomenal esfuerzo para otorgar estatus y contexto a las nuevas tendencias en el mundo del arte y la cultura, en una especie de constante repetición de aquel gesto de desenfado del principio, que le supuso la fama internacional después de la publicación de su obra cumbre, Contra la interpretación, en 1966.
La valoración inicial de sus textos y artículos como piezas que expresaban las claves de un tiempo complejo debe entenderse en el marco de los acontecimientos sociales, culturales y políticos de entonces: su caldo de cultivo era la necesidad simultánea de millones de personas de todo el mundo de superar viejos parámetros de pensamiento y acción.
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Los movimientos revolucionarios que se multiplicaban en el planeta, la irrupción de nuevas formas de arte y expresión, la apertura mental hacia nuevos horizontes de conocimiento, fueron partes centrales del contexto en que se atrevió a enfrentarse al coro de entendidos. Si su primer libro, El benefactor, de 1963, no parecía preanunciar la irrupción de una nueva figura, tres años después Contra la interpretación se convirtió en poco menos que la Biblia de una nueva forma de pensar y analizar la cultura contemporánea.
En aquella, su obra más famosa, la escritora comenzaba a presentar una suerte de gran teoría para entender tanto las vanguardias neoyorquinas y europeas como sus antecedentes, combinando con sutileza el gusto personal con la configuración de un nuevo canon. La auténtica revolución ideológica que significó su incursión como crítica cultural debe parte de su importancia al hecho de que le haya dado rango académico a las nuevas manifestaciones artísticas, en un tiempo en que la crítica tradicional consideraba a las llamadas “bellas artes” como deber excluyente.
A partir de ahí, y a lo largo de su extensa carrera como ensayista, Sontag se interesó por una constelación de cuestiones, y en todos los casos demostró una versatilidad inusual para analizarlas desde una perspectiva original. Asuntos aparentemente tan alejados entre sí como la omnipresencia y los efectos de las imágenes fotográficas en las sociedades contemporáneas, los simbolismos asociados a enfermedades como el cáncer, la tuberculosis y el sida, las guerras, las vanguardias, la literatura pornográfica, o las virtudes que debe reunir una creación para ser considerada arte, cobran sentido y se interconectan en sus libros, con resultados a menudo impredecibles.
Por encima de esas diferencias, en su obra asoma la reivindicación de los aspectos menos visibles de la cultura contemporánea. Uno de sus mayores méritos es haber aunado la originalidad y el conocimiento específico con una capacidad infrecuente para abrir al lector mundos de resonancias impensadas.
Sin fronteras
Su mayor aporte al campo del pensamiento ha sido, en este marco, su apuesta de relativizar las fronteras entre categorías que hasta su aparición se presentaban como estáticas, como las de “alta” y “baja” cultura, lo “frívolo” y lo “serio”, “lo popular” y “lo culto”, el arte con mayúsculas y la cultura de masas. Intuyó que en la sociedad de consumo las jerarquías tradicionales que regían el pensamiento de parte de la sociedad, tal vez por la labor infatigable de sus colegas más conservadores, evolucionarían hasta asimilarse casi en una misma dimensión. Claro que hacía falta un eslabón que aceitara los mecanismos de comprensión, papel que, en su lógica, se reservó para sí misma.
No es que Sontag fuese una gran propagandista de su obra, como la acusaban sus detractores: es que parte de la nueva forma que proponía pasaba por no quitarle el cuerpo a ninguna idea nueva. Ser una celebridad la deslumbró al principio, aunque posteriormente la popularidad le resultó una incomodidad.
En sus libros, las llamadas “bellas artes” merecen un tratamiento tan serio como las manifestaciones de vanguardia, los grandes escritores pueden compararse con los malditos y hasta los fenómenos más escurridizos a la teoría permiten reflexiones históricas. La gran innovación de Sontag en los años sesenta era considerar que, por ejemplo, los Beatles, la revolución cubana, los happenings y el entonces llamado nuevo cine francés eran parte de un mismo paisaje en ebullición.
En sus libros, las llamadas “bellas artes” merecen un tratamiento tan serio como las manifestaciones de vanguardia, los grandes escritores pueden compararse con los malditos y hasta los fenómenos más escurridizos a la teoría permiten reflexiones históricas. La gran innovación de Sontag en los años sesenta era considerar que, por ejemplo, los Beatles, la revolución cubana, los happenings y el entonces llamado nuevo cine francés eran parte de un mismo paisaje en ebullición.
Diferencias
El inglés Terry Eagleton, profesor de Teoría Cultural en la Universidad de Manchester, establece una distinción entre “académicos” e “intelectuales” que resulta útil para pensar en la importancia de Sontag en el panorama de las ciencias sociales contemporáneas.
Los “académicos”, piensa Eagleton, se caracterizan por sus saberes específicos, que la mayoría de las veces ponen al servicio de la enseñanza en el marco de un aparato educativo. Los “intelectuales”, en cambio, son más parecidos a lo que antaño se consideraba un sabio: no sólo desarrollan una capacidad de análisis aplicable a una amplia cantidad de hechos o fenómenos, sino que poseen la capacidad de integrar esos conocimientos en la construcción de un punto de vista. Unos enseñan. Otros piensan y ayudan a pensar.
El intelectual suele permitirse repensar aquello que el mundo da por cierto: la base de su labor es una curiosidad esencial que lo empuja a la búsqueda de respuestas a las preguntas más variadas, a veces por el simple placer de explorar universos nuevos. No siempre le hace falta acumular datos específicos sobre una disciplina para poder abordarla. Para eso están los técnicos, los hacedores, los académicos.
Sontag detesta las definiciones pomposas: prefiere ser considerada una escritora, a secas, antes que una figura destacada del campo de las ideas. Sin embargo, a pocas personalidades del siglo XX le cuadra tan bien la definición de un intelectual comprometido con los conflictos y tendencias de su tiempo como a esta mujer nacida en Nueva York en 1933, durante los años de la Gran Depresión que siguió al crash económico de 1929.
En Sontag coexisten una pensadora original, cuya audacia ha generado numerosas polémicas, y una artista de aliento romántico que se relaciona con el mundo con la secreta ambición de cambiarlo.
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Saberes
“Susan Sontag, descrita repetidamente como ‘la mujer más inteligente de Estados Unidos’, es una intelectual clásica, más que Said, Chomsky, Habermas o Bourdieu, ya que, a diferencia de ellos, no tiene ningún puesto académico”, la definió Eagleton. “El lector que merezca leer sus ensayos debe estar familiarizado con la danza, la ópera, el cine, la política, el arte de la jardinería, la fotografía, la literatura y las artes visuales. También ayudará saber al menos algo de oscuros autores polacos como Adam Zagajewski, o serbohúngaros como Danilo Kis. Como los mejores intelectuales, Sontag se las arregla para ser brillante y erudita a la vez. Sus ensayos se mueven con la misma comodidad en la estética japonesa del siglo X, la influencia de Lawrence Sterne en Europa Oriental y lo que se siente al posar para Robert Mapplethorpe. Pero su estilo púdicamente elegante se niega a refregar esos saberes en la cara del lector común.”
Sontag no sólo expresaba en sus textos de la década de los años 60 la convicción de que las fronteras convencionales debían ser y estaban siendo desafiadas, sino que además se comportaba como un producto de esa tensión. Haciendo gala de lo que sus colegas conservadores consideraban un absoluto desparpajo, cuando no una falta de coherencia y hasta una provocación, escribía y posaba para revistas como Mademoiselle y Vogue al tiempo que descollaba como una de las firmas de la Partisan Review.
Es que Sontag era así, diferente: podía asistir a las fiestas más selectas de las capillas literarias neoyorquinas o participar en programas de televisión que espantaban a los intelectuales. No parecía importarle, más bien le gustaba, que se la criticase en círculos académicos por su “gusto por lo popular”. Mientras eso ocurría, en el mundo real sus lectores se multiplicaban e iba acumulando un público propio, en un proceso por el cual esta mujer de carácter resuelto iba transformándose en una figura clave de una nueva intelectualidad.
Romper moldes
En la biografía que le dedicaron, Carl Rollyson y Lisa Paddock (Susan Sontag, Circe, 2002) afirman: “Ella no compartimentaba la cultura. […] El gran regalo de Susan Sontag a la cultura norteamericana fue demostrar que el mundo del intelecto podía hallarse en todas partes.”
El periodista argentino Mario Diament escribió: “Se diría que su obsesión ha sido romper los moldes y lugares comunes de la intelectualidad norteamericana en una fatigante marcha hacia la soledad.”
Quién fue Susan Sontag
♦ Nació en Nueva York, Estados Unidos en 1933, donde falleció en 2004.
♦ Fue escritora, novelista, filósofa y ensayista, así como profesora, directora de cine y guionista.
♦ Escribió libros como El benefactor, Contra la interpretación, El sida y sus metáforas y Sobre la fotografía.
♦ Recibió galardones como el Premio Jerusalén de Literatura (2001), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2003) y el Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán (2003).
Quién es Verónica Abdala
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina en 1973.
♦ Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (1999) y ejerce el periodismo cultural desde 1995.
♦ Es autora de la biografía ilustrada Borges para principiantes, traducida al inglés, francés e italiano, y del ensayo Susan Sontag y el oficio de pensar.
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