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Dani Alves, el mejor jugador de la cárcel

El futbolista está preso, acusado de haber abusado de una joven de 23 años (NACHO DOCE/)

Dani Alves, estrella de grandes equipos –Sevilla, Barcelona, Juventus, la Selección de Brasil, donde nació hace 39 años, Pumas de México-, con casi tantos trofeos como Messi, pero sin un título mundial, pasó las noches de poco sueño en la cárcel Brians 2, Catalunya. No se considera un virtuoso, pero sí un inteligente, tenaz y capaz, a menudo sorprende a fuerza de algunos goles que no estaban en el guion, de su puesto, el de defensor y mediocampista. Integrante, de la élite que habita las grandes ligas, afectuoso con las tribunas y aplaudido.

Comparte celda con Coutinho, también del oficio, el mismo nombre que el que ahora juega en el Aston Villa y el mismo que en compañía de Pelé integró el fabuloso Santos de los 60 para aportar al conjunto nacional brasileño, ganadora de cinco mundiales en alquimia ganadora, eficiencia y jogo bonito.

Hasta el momento de la detención, con licencia de los mexicanos que lo contrataron, se hizo una escapada a Barcelona, ciudad muy familiar y hospitalaria -tiene una muy buena casa allí- y cumplió con el ritual que muchos futbolistas tienen: ir a la disco, en este caso una elegante y exclusiva, Sutton, dejando de lado por algunas horas entrenamiento y disciplina. Un precio calculado: noches alegres, mañanas tristes con la carga de la resaca y el desmadre previsible.

No sobra decir que hay en los grandes del fútbol internacional, la necesidad de reunirse cada tanto en fiestas extremas -un secreto poco guardado-, con chicas sobresalientes y abundantes, modelos, y hasta la hora que sea. Un ejemplo redondo es la fiesta en 2020, cuando, después de una victoria goleadora, el plantel del Manchester City voló con veinte invitadas a Milán -tal vez al influjo del todopoderoso Berlusconi, con su estilo sin límites- y, en un lugar desconocido y nunca revelado, se montó la fiesta de las fiestas con un lema implícito: todo permitido.

Nadie fue sancionado y se dejó dormir el episodio porque la competencia durísima hacía necesaria la presencia de jugadores estelares: los más próximos -y callados- admiten que el gozo, la belleza y la euforia del fútbol tiene, como la Luna, un costado oscuro. El fútbol negro.

De dimensión diferente, pero con parentesco, fue lo que ocurrió con Dani Alves en diciembre pasado. Una chica de 23 años entró al baño y detrás de ella, el jugador. Quince minutos más tarde salió en llanto incesante y apenas pudo decir “un famoso me penetró”. Cuatro palabras para una frase textual ubicada, reiterada ya con nombre en la denuncia, al declarar frente a la jueza que se ocupa de la historia después de llevar al célebre Dani con esposas apresado por los Mossos, la policía catalana.

La jueza vio los exámenes forenses, la huella genética del ADN, y determinó iniciar el proceso en prisión sin atenuantes: entendió que había posibilidad de fuga y el hecho de que no hay un acuerdo de extradición entre España y Brasil lo empeoraba.

Hace falta en el lado oscuro del fútbol, que no pocos jugadores riquísimos y de fama total pueden caer en trampas al urdir falsos abusos en busca del acuerdo contante y sonante de la farsa. Ha pasado. Pasará. Pero los vientos no son favorables para Daniel Alves de Silva, nacido en Juazeiro, Bahía, donde la mitad del año llueve y la otra raja la tierra con un sol de justicia, ni una gota y cincuenta grados. A los 15 se largó en busca de lo que se propuso, ser jugador de fútbol. Con una firmeza de hierro, lo consiguió en los niveles más altos. Y no son favorables los vientos porque declaró que no conocía a la hasta ahora presunta víctima, que sí, pero apenas, que fue, pero consentido. Contradicciones.

Los presos están alojados -unos 100 en total-, tienen poco contacto con el nuevo, con Dani, arito en la oreja, con la excepción de algún autógrafo y cuatro frases al pasar. Juega, sí: en Brians 2 se permite ir al gimnasio, a la cocina, ver televisión y recibir cartas sin ninguna objeción, jugar al vóley, al fútbol. Allí está Alves, el mejor jugador de la cárcel. Se le ha concedido un calabozo con dos camas, ducha caliente individual -suele cortarse y las colectivas tienen que usarse con agua fría-, y solo un amigo personal es la visita fiel desde que entrara.

Con dos hijos de su primera mujer, está casado con una top model nacida en Canarias, Joana Sanz, quien fue a verlo media docena de veces y ha cortado en estas horas toda relación. “Yo no controlo ni soy controlada. Conocía a un hombre cordial, amable. No me importa si se va con los amigos y se toma hasta el agua del florero: siempre me llama un taxi para volver. Esto es muy, muy distinto”.

Para hacerlo explícito, dejó dos días atrás que se la fotografiara mientras –sí, claro, en una discoteca- se besaba con otra mujer a lo largo de alrededor de un minuto, según calculan morbosos observadores de la prensa del corazón y de otros órganos.

No podemos saber el final, pero sí el brevísimo poema que escribió Salvatore Quasimodo, el gran siciliano: “Todo el mundo está solo, atravesado por un rayo de sol/ y de golpe anochece”.

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