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Lucía Zegarra-Ballón, exmonja peruana que denunció abusos en la Iglesia ante el Papa Francisco: “Ninguna pregunta que le hice a Bergoglio fue contestada”

Algunos tatuajes de Lucía Zegarra- Ballón, psicóloga clínica informada en trauma, están cimentados en los textos de Friedrich Nietzsche, el poeta y filósofo alemán que empezó a leer desde la adolescencia en Arequipa, donde nació, y uno de sus autores predilectos pese a que era un “macho terrible”.

“Cuando estaba en la Iglesia y yo era católica, Nietzsche era visto como Satanás. Pero para mí ha sido una figura importante en mi vida, sin llegar a idolatrarlo”, ríe esta tarde en la oficina de Infobae, adonde ha llegado para abordar el proceso posterior a su denuncia por abusos y aislamiento forzado en una congregación religiosa que integró.

El caso fue expuesto delante del propio Pontífice, y forma parte del documental ‘Amén, Francisco responde’, aunque ninguna de sus interrogantes fue respondida ni hubo intención de reconocer la verdad sin excusas (en el mismo film, el español Juan Cuatrecasas denunció pederastia en un colegio del Opus Dei).

“Como lo he dicho previamente, ya me sé el guion del agresor y sus apañadores. Y en realidad, antes de toda esta exposición, no esperaba nada”, manifestó. Es lesbiana, es atea y es, sobre todo, una sobreviviente de esa institución en crisis liderada por Jorge Bergoglio.

Desde 2015, cuando desertó del convento —porque los médicos le pronosticaron un posible cáncer si continuaba bajo sometimiento—, Lucía ha sido acompañada psicológicamente: primero llevó terapia cognitiva conductual, luego sobre aceptación y compromiso, después terapia sistémica y, actualmente, sistémico construccionista con enfoque de trauma.

Flyer del documental ‘Amén, Francisco responde’, donde interviene la psicóloga clínica

“Nunca regresé a la vida de antes. Pero creo que el dolor, en algunas circunstancias, puede ser una brújula”, dice. Después de su denuncia, ningún representante de la institución se ha acercado a pedirle perdón. Al contrario, ha sido culpabilizada: “De mí han dicho que estoy loca, que cargo con muchos odios, que no me he hecho cargo de mis dolores, que estoy resentida. Es el mismo discurso de los hombres denunciados, y la impunidad es norma”.

—Leí que no te ha gustado el documental. No estás contenta.

Hay muchas miradas de verlo. Si me pongo en una mirada impersonal, sí podría ser considerado positivo porque la Iglesia tiene una postura violenta y conservadora. Sin embargo, desde mis valores, desde lo que yo vivo, desde mi trabajo, incluso, me parece que es una lavada de cara, por decir lo más amable posible. Estamos hablando de una institución y de una figura que pueden generar cambios. Qué sentido tienen los discursos amigables e inclusivos si no se llevan al terreno. No hay mea culpa. De hecho, ninguna de las preguntas que le hice a Bergoglio (del discurso racista, del papel nefasto de la Iglesia en la colonización, del aborto) fue contestada.

—También has mencionado que te parece penoso que tu intervención se vea como un testimonio, cuando has expuesto una denuncia de abuso.

Eso fue interesante. Ya me esperaba ese tipo de respuestas. Hay arquetipos de la víctima ideal y se cree que debemos calzar en uno más aceptable para, entonces, decir a quién le puedo creer y quién no. Yo he denunciado violencia y ese es el peligro de pedirle a la víctima que calce con ciertos estándares. Finalmente, nos vamos a la forma y no al fondo. Tampoco esperaba una reacción de la congregación a la que pertenecí. Sé que se ha tratado con silencio. Que, desde adentro, hay una postura de referirse a mí como una persona cargada de odio, resentida. Eso refuerza la violencia.

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"Hay arquetipos de la víctima ideal y se cree que debemos calzar en uno más aceptable para entonces decir a quién le puedo creer y quién no", dice Lucía Zegarra. Foto: Infobae / Carlo Fernández

—¿Cómo tomaste contacto con los realizadores del film?

[La abogada] Josefina Miró Quesada me habló de uno de sus amigos que trabajaba en la producción. Me preguntó si podía darle mi contacto, y dije que sí. De ahí, el proceso fue muy rápido. Me entrevistaron periodistas y redactores de España. Después me dijeron que iría a Roma. Fue a fines de junio del año pasado. Para mí, el tema del documental fue una especie de alivio, me sacó de esa realidad. Mi psicóloga incidió mucho en el peso que iba a tener en mi vida. Estás regresando a ese momento que ya pasaste hace mucho y lo vas a cerrar delante de esta persona que representa a toda la Iglesia, me dijo. Pero fue bien. Decidí que sí.

—¿Cómo fue el acercamiento a la congregación de la que fuiste víctima?

Primero por temas de voluntariado. Ahora entiendo que es una forma sumamente capacitista y paternalista, pero cuando era chica buscaba hacer ayuda social. Hacían visitas a pueblos en Arequipa y a base de mi preparación para la confirmación tengo guiamiento con una de estas monjas, que en ese entonces tenía 23 años. Yo era dedicada al deporte, sumamente estudiosa, entonces me empezaron a invitar a eventos como la hora santa. Un cura me empezó a dar libros, me empezaron a llevar a misa, me invitaban a la casa de las monjas a hacer pijamadas y en la noche empezaban a hacer preguntas sobre tu vida, preguntas más rebuscadas, más íntimas. Empecé a tener una vida espiritual más fuerte y dogmatizada. Decían que dios te elige para que estés con él toda la vida, y dije que, claro, puedo tener una vida de servicio. Tenía mucho que ver con aliviar el sufrimiento, que es lo que me lleva a ser psicóloga después.

—¿Y a qué edad fue el ingreso?

Decido meterme a la casa de formación a los 16 años, superjoven. Esta congregación estaba basada en Lima, de modo que me mudo con el fin de entrar a la casa. Mi familia aún estaba en Arequipa. Apenas cumplí los 18, pedí un permiso especial para que me dejen entrar. En esta congregación tienen fechas específicas que suelen ser en febrero. Cumplí los 18 y me mudé a su casa, en Chaclacayo. Cuando salí, cinco meses después, ya estaba mi familia acá en Lima. Nunca regresé a la vida antes. No conocía Lima. No tenía cama, cuarto, se supone que me había ido para siempre. Tuve que ir a comprar ropa. Tratar de forjar una vida de cero.

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En el documental, jóvenes hispanohablantes cuestionan al Papa sobre el aborto, la identidad de género, la homosexualidad o el feminismo. Foto: AFP (HANDOUT/)

—Entiendo que un mal de salud a causa del abuso te obligó a salir.

Fue por un tema de somatización. Nunca había tenido un problema de salud mental. No sabía que tenía síntomas de depresión y ansiedad, además de insomnio, pensamientos de muerte, desesperanza total. Siempre tenía una imagen de San Juan de la Cruz, que escribió un libro que se llama Noche oscura del alma, una narración de la depresión. Lo que más placer me producía estar adentro era jugar vóley y nadar, pero ya no podía hacerlo. Me empecé a sentir muy mal. Hablé con la superiora y me pateó la cita para después de Semana Santa a un médico de confianza de ellas en la clínica San Felipe, me acompañó mi mamá. Fui con mi mamá y con una de las monjas, me sacaron sangre y me dijo que estaba muy mal, con riesgo de tener cáncer. Dije: bueno, me voy un tiempo y luego vuelvo. Pero no fue así. Salí para dedicarme a terapia por completo. La psicóloga me ayudó a darle un sentido y significado a esa experiencia.

—Te condujeron a un médico de su confianza…

Sí. Ahora me doy cuenta de que es una forma de apañar.

—¿El abuso se reprodujo en otras compañeras?

En 2015, cuando salí, salieron ocho chicas más. Cuando me fui, no había salido aún una de las compañeras más cercana a mí. El día que yo me fui, ella llevaba dos semanas en cama. Al tiempo se fue. Varias me han escrito por el documental y, de hecho, en la facultad donde estudié había gente que había salido [de la casa de formación], gente que me ha escrito con esperanza de que puede cambiar.

—En el documental también se habla de homosexualidad en la Iglesia. ¿El lesbianismo y otras diversidades aun están tachados?

La Iglesia cree que solo hay heterosexuales y homosexuales. La diversidad no existe. De hecho, yo soy ahora ‘la exmonja lesbiana’, como si fuera un descubrimiento.

—¿Lo viste en la congregación a la que perteneciste?

Seguramente habrían integrantes lesbianas. No quiero hablar de otras personas, pero estoy segura que el sometimiento y los abusos son doblemente duros contra personas lesbianas.

Lucía Zegarra-Ballón
Lucía Zegarra-Ballón: "Ahora que tengo una novia y una expresión de género que no calza con el binario, siempre tengo la sensación de que hay cosas que debo tener cuidado si la persona es católica". Foto: Infobae / Carlo Fernández

—Luego de todo, deviniste en psicóloga. ¿Cómo tomaste esa decisión?

He tenido mucha cercanía al dolor, desde distintos lugares y experiencias. Encontré en la Psicología una forma de acompañar a otras personas en el mirar sus propios dolores y encontrar sus propios modos de sanar. Siempre una psicología y un enfoque de trauma que tengan consciencia social. Dentro del trauma, el dolor está considerado, sin romantizarlo, como la posibilidad de lo que pueda significar. Trato de llevar mis dolores de esa forma. De este en específico, de tanta violencia en el convento, agradezco haber salido porque, si bien es algo que costó, me obligó a construir sola un camino y escuchando lo que me hacía sentido a mí. Me siento tranquila con esas decisiones, con los caminos que debí pasar, a pesar de que me han llevado a procesos legales o a enfrentarme a personas que han puesto en riesgo mi integridad. El dolor, en algunas circunstancias, puede ser una brújula.

—Del lado de los perpetradores, tu denuncia ha sido ignorada.

Siento que he aprendido a conocer el guion de las personas que agreden y violentan. El hecho de reconocer y ofrecer una reparación sería un camino ideal, de hecho, se propone en la justicia restaurativa. Debe partir por un reconocimiento de la verdad, pero debe haber un compromiso con la no repetición. En temas de violencia se forma un ping-pong de la responsabilidad, se trata de desplazar la responsabilidad de la víctima, y esa es la demostración de que la violencia es perpetuada. Guardar silencio también es violencia.

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Juan Cuatrecasas, víctima de un pederasta del Opus Deis, en el documental con el Papa Francisco

—¿Y qué te genera saber que esa violencia continúa con otras en la congregación?

Me da miedo y tristeza porque sé que va a salir mucha más gente dañada de ahí. No me gusta pensarlo porque es doloroso. Pero a la vez he hecho lo que he podido. Nunca nada va a ser suficiente, pero todo sirve. Confío que la gente que pasa por esos procesos tenga las herramientas que yo tuve.

—Un dato interesante sobre la grabación. Comentabas que se apagaron las luces y el Papa se fue. Pero quedaron ustedes, los protagonistas que lo interpelan sin que él llegue a sus expectativas. ¿Aún mantienes contacto con otros participantes?

Juan Cuatrecasas [víctima de un pederasta del Opus] y yo todavía tenemos contacto. Le tengo mucho cariño. Hay un compañerismo tremendo, aunque nos hemos visto muy poco tiempo. Jamás me voy a imaginar las cosas que él ha vivido, pero siento que no hay necesidad de explicarnos mutuamente. También con Milagros Acosta, de la red de Católicas por el Derecho a Decidir, una persona con una sensibilidad hermosa, con un testimonio que desencaja. A mí las personas católicas me generan desconfianza. Ahora que tengo una novia y una expresión de género que no calza con el binario, siempre tengo la sensación de que hay cosas que debo tener cuidado si la persona es católica. Pero encontrarme con ella, una persona sensible y coherente, me quebró los esquemas.

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