Verdún, la batalla más sangrienta de la Primera Guerra: las palomas espías y 9 pueblos borrados del mapa
“En una fosa yacen un montón de cadáveres. ¡Su visión es horrible! Los cuerpos están mutilados, vestidos con el uniforme militar hecho trizas, manchado de sangre, asqueroso. Los rostros aparecen contraídos por espasmos macabros de rabia y de dolor supremos. Algunos cuerpos están despedazados. En el montón hay miembros sueltos, descuajados del tronco. Los circunstantes permanecen en un rudo mirar de infinita ternura ante los despojos horribles de sus hermanos, absortos, resignados, con los ojos encendidos por la santa esperanza de vengar su muerte”, escribió a mediados de 1916 Agustí Calvet Gaziel, corresponsal del diario español de La Vanguardia, en una de sus crónicas desde las colinas ubicadas al norte de Verdún-sur-Meuse, en el noroeste de Francia.
Así describía apenas un recorte ínfimo del horror de la batalla de Verdún, la que quedaría en la historia como la más larga y sangrienta en el frente occidental de la Primera Guerra Mundial.
Allí, durante casi diez meses – entre el 21 de febrero y el 18 de diciembre de 1916 -, los ejércitos alemán y francés se disputaron, con avances y retrocesos, esas colinas estratégicas.
Según los cálculos más ajustados, en esos 303 días murieron en combate 377.231 soldados franceses y 337.000 alemanes, lo que hace un total de 714.231 bajas, a un promedio de aproximadamente 70.000 muertos por mes.
Fue la mayor batalla de todos los tiempos con esas características, famosa por la consigna de los franceses, ‘Ils ne passeront pas!’ (“¡No pasarán”!), que quedó como símbolo de la resistencia nacional de Francia.
Enfrentamiento de posiciones y trincheras en las que el terreno se disputaba metro a metro a punta de bayoneta, a lo largo de los años las escaramuzas de Verdún han sido relatadas por libros y películas, entre las que se destaca la inigualable “Senderos de gloria”, protagonizada por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick.
21 de febrero de 1916
La ofensiva de Verdún fue el único gran ataque que llevaron a cabo los alemanes en el frente occidental entre la batalla del Marne en 1914 y el final de la guerra. El jefe del Estado Mayor prusiano, Erich von Falkenhayn, diseñó una batalla de desgaste caracterizada por el uso intensivo de la artillería y la utilización masiva de efectivos.
El 21 de febrero de 1916, exactamente a las 7.17 de la mañana, se produjo el primer disparo, a cargo de un Gran Berta, un monstruoso cañón alemán de 420 milímetros que era capaz de lanzar proyectiles a cerca de 12 kilómetros de distancia y abrir cráteres de seis metros de profundidad.
El arsenal alemán contaba también con 1220, cañones, muchos de ellos Skoda de 35 milímetros, morteros y otras piezas de artillería pesada.
Después de ese disparo inaugural, se desató un infierno de 8 horas, a lo largo de un frente de 13 kilómetros, en el que cayeron cerca de dos millones de bombas sobre las posiciones francesas, donde el terreno se convirtió en un monstruoso paisaje plagado de cráteres llenos de cuerpos.
Las trincheras se hundían y los defensores quedaban sepultados sobre el barro. Uno de los defensores franceses, el teniente coronel Driant, escribió en su diario que su posición parecía “barrida por una tormenta, un huracán de adoquines que crecía cada vez con mayor fuerza”.
“La trinchera dejó de existir, había quedado sepultada. Estábamos agachados dentro de los agujeros hechos por los obuses, el lodo de cada explosión nos enterraba cada vez más. Nuestros propios soldados heridos o ciegos caían sobre nosotros rugiendo y gritando. Morían salpicándonos con su sangre”, describió otro oficial francés, el capitán Cochin.
Tras esas primeras ocho horas de “ablande” a cañonazos, la infantería alemana avanzó y, al principio parecía incontenible. Tres días después, el 24 de febrero, el fuerte Douaumont, en el este de Mosa, cayó en poder de los atacantes.
Pero esa primera impresión de avance arrasador se convirtió muy pronto en un espejismo: para el 28 de febrero, el ataque alemán quedó frenado sin alcanzar las colinas del margen derecho del río Mosa, que rodean Verdún.
Pétain y la defensa francesa
A cargo de las defensas francesas estaba Phillipe Pétain, comandante del II Ejército de Verdún, cuya estrategia para frenar a los alemanes pronto demostró ser un éxito. Para evitar el desgaste extremo de las tropas, implantó una rotación de las divisiones, de modo que los soldados no estuvieran en el frente de batalla más de dos semanas seguidas.
Esa rotación, que llamó “la noria”, hizo que durante los 303 días que duró la batalla, 70 de las 95 divisiones del ejército francés pasaran por la primera línea de fuego mientras que las 46 divisiones alemanas estuvieron constantemente expuestas al fuego, sin un descanso que permitiera recuperar a los hombres.
Para marzo, la ofensiva alemana logró extenderse a la orilla izquierda del río Mosa, pero las tropas de refuerzo francesas lograron contenerlas.
Poco a poco, el curso de la batalla fue cambiando, aunque eso no impidió que el número de muertos, heridos, desaparecidos y amputados de uno y otro lado siguiera creciendo de manera exponencial.
La anotación que el capitán Cochin hizo el 10 de abril en su diario es un ejemplo del devastador saldo de bajas: “Regreso de la prueba más dura de mi vida: cuatro días y cuatro noches, 92 horas, los dos últimos días sumergido en barro helado, bajo un terrible bombardeo, sin otro refugio que la estrechez de la trinchera que aparecía incluso demasiado ancha; ni un agujero, ni una cueva, nada. Llegué allí con 175 hombres; he regresado con treinta y cuatro, varios de ellos enloquecidos”, escribió.
El comandante alemán, Erich von Falkenhay, creyó que las fuerzas francesas no resistirían los bombardeos, pero no calculó que, al avanzar, las tropas de infantería quedarían expuestas y casi indefensas frente a la artillería francesa y que el campo de batalla de los bosques de Verdún – llenos de cráteres e inundados por la lluvia – no le permitirían avanzar con los pesados cañones alemanes, que quedaban enterrados en el barro.
Del otro lado, Pétain, además de rotar las tropas, ideó un sistema de transportes constante que nunca dejó de aportar soldados de refresco y alimentos para los combatientes y los habitantes de Verdún.
Para junio, la ofensiva alemana seguía estancada, mientras los franceses comenzaban a vislumbrar la posibilidad de reaccionar y contraatacar.
Las palomas espías
En la batalla de Verdún, ambos bandos, pero sobre todo los alemanes, pusieron en juego nuevas armas, como cañones de alcance nunca visto, los morteros de trincheras, los lanzallamas y también gases letales de efecto devastador.
Sin embargo, poco se ha escrito – y ninguna película ha contado – sobre el papel que cumplieron en ese episodio las “palomas espías” utilizadas primero por los alemanes y luego también por los franceses para tener una visión panorámica y actualizada del campo de batalla.
Antecesoras de carne hueso de los actuales drones, las “palomas cámara” – como también se las llamó – se empezaron a utilizar gracias a la idea de un boticario alemán que jamás imaginó que su invento sería transformado en un arma de inteligencia para la guerra.
Eran un invento del farmacéutico alemán Julius Neubronner, también afecto a la fotografía. Desde principios de siglo, el boticario venía utilizando sus palomas mensajeras para llevar y traer recetas de un hospital cercano a su negocio, hasta que se le ocurrió adosarles una cámara fotográfica para tener vistas aéreas de su ciudad, Kronberg.
Ideó una cámara de aluminio de acción neumática, con un temporizador que la disparaba cada 30 segundos. El artefacto pesaba apenas 70 gramos, lo que permitía montarla con un arnés en el pecho de las palomas mensajeras sin dificultarles el vuelo. Era el mismo peso que cargaban al trasladar las recetas.
Desde el principio de la guerra, los bandos enfrentados venían utilizando la fotografía aérea de los campos de batalla como recurso para conocer las posiciones y movimientos de las tropas enemigas. Lo hacían con globos aerostáticos dotados de cámaras, que presentaban no pocas dificultades: dependían de la dirección y la velocidad del viento, muchas veces caían en manos del enemigo y otras era muy difícil recuperarlos.
En el Ministerio de Guerra prusiano alguien recordó el invento que había ofrecido el boticario y lo convocó. Las palomas podían ser una solución, pero había que entrenar a las palomas de manera diferente, porque las aves siempre volvían al mismo palomar de origen.
Se idearon entonces palomares móviles y se entrenó a las aves para retornar a ellos. Para 1916, el ejército prusiano contaba con varios, que trasladaba en remolques de dos pisos. En la parte superior estaba el palomar; debajo de él montaron un cuarto oscuro para revelar las fotografías en el mismo lugar.
Los franceses no descubrieron la existencia de las palomas espías hasta que una de ellas cayó casualmente abatida y descubrieron que llevaba adosada una cámara en el pecho. En poco tiempo entrenaron sus propias palomas y para el final de la batalla de Verdún ya contaban con doce palomares móviles muy parecidos a los de los alemanes.
Años más tarde, algunas de las imágenes “tomadas” por las palomas espías de Neubronner en Verdún fueron exhibidas en la Exposición Internacional de Fotografía de Dresde y en la actualidad otras pueden verse en una sala dedicada a ellas en el Museo Internacional del Espionaje, en Washington.
La contraofensiva francesa
En octubre de 1916, los franceses comenzaron primera batalla ofensiva de Verdún, para recuperar Fort Douaumont. Siete de las 22 divisiones en Verdún fueron reemplazadas a mediados de octubre por tropas frescas y los pelotones de infantería franceses se reorganizaron para contener secciones de tiradores, granaderos y artilleros.
En poco tiempo, los franceses recuperaron las canteras de Haudromont, Ouvrage de Thiaumont y Thiaumont Farm, el pueblo de Douaumont, el extremo norte de Caillette Wood, el estanque de Vaux, la franja oriental de Bois Fumin y la batería Damloup.
La artillería francesa más pesada bombardeó el Fuerte Vaux y el 2 de noviembre, los alemanes evacuaron el fuerte, después de una gran explosión causada por un proyectil de 220 milímetros Los espías franceses escucharon un mensaje inalámbrico alemán que anunciaba la partida y una compañía de infantería francesa entró en el fuerte sin disparar un tiro; el 5 de noviembre,
En ese momento, los franceses llegaron a la línea del frente del 24 de febrero y las operaciones ofensivas cesaron hasta diciembre.
Después de tomarse ese respiro comenzó la segunda ofensiva, planeada por Pétain. El ataque empezó el 15 de diciembre, después de un bombardeo sobre las líneas alemanas de 1.169.000 proyectiles en seis días.
El último bombardeo francés fue dirigido desde aviones de observación de artillería, con lo que se pudo afinar la precisión para disparar sobre trincheras, entradas de refugios subterráneos y puestos de observación.
El final, Pétain y De Gaulle
El 18 de diciembre de 1916, los cañones enmudecieron. Verdún se había salvado, pero a un precio descomunal: casi 715.000 bajas.
El consumo de munición en los primeros siete meses ascendió a 24 millones de proyectiles, nueve pueblos habían sido borrados del mapa y el paisaje quedó calcinado.
Al rendirse los alemanes, lo franceses tomaron 11.387 prisioneros, muchos más de los que el ejército francés había calculado capturar. Algunos oficiales prusianos se quejaron al general Mangin por las malas condiciones que empezaban a soportar en el cautiverio. Su respuesta fue: “Lo lamentamos, caballeros, pero no esperábamos a tantos de ustedes”.
Dos de los oficiales franceses que combatieron en Verdún pasarían luego a la historia por razones bien diferentes.
El gran héroe de esa batalla contra los alemanes, el mariscal Phillipe Pétain, terminaría la cabeza del del gobierno de Vichy, sometido a los nazis en el Segunda Guerra Mundial, y sería considerado un traidor.
En Verdún fue herido, lo que le valió la Legión de Honor, un oficial francés llamado Charles De Gaulle, el hombre que se convirtió en el jefe y el símbolo de la resistencia francesa a la ocupación de Francia por los nazis.