noticias

La superioridad ilusoria del Gobierno

Milei sobrestima su capacidad y pericia para prescindir de las condiciones de gobernabilidad democrática (Foto Reuters/Matías Baglietto) (MATIAS BAGLIETTO/)

Dicen los manuales de gestión que la eficacia es lograr hacer las cosas que hay que hacer y que, si se hacen bien, además habrá eficiencia. Desde esta perspectiva, un gobierno puede evaluarse por la pericia en identificar certeramente lo que es prioritario atender y también por los modos, la metodología para hacerlo.

Ese criterio eficientista no puede aplicarse al gobierno argentino, que está demostrando algunas dificultades para llevar al plano real muchas de sus declamaciones conceptuales. Es posible que, aún con un diagnóstico certero de la actualidad del país, las posibilidades prácticas de lograr sus objetivos sean todavía una cuenta pendiente de esta primera etapa del gobierno de Javier Milei.

El comportamiento se repite: ante cada circunstancia que involucra una decisión de gestión, sea proactiva o reactiva, la comunicación oficial invoca una narrativa con algún grado de superioridad ilusoria: un sesgo ampliamente estudiado por la psicología social que se refiere a la sobreestimación de habilidades propias. En otras palabras, el que se cree extremadamente competente en alguna materia y está impedido de observar su real incompetencia.

Este sesgo cognitivo es aplicable al oficialismo, pero también a la oposición, en esta nueva división que vino a reemplazar a la grieta en nuestro país: el gobierno, encarnado en la personalidad disruptiva, y muchas veces inquietante, del presidente Javier Milei; y la política profesional -parte esencial de la llamada casta- que se le opone a fuerza de instituciones y le traba su despliegue de gobierno. Esta división no responde a identidades partidarias, ni a categorías tradicionales de la ciencia política, sino que tiene más que ver con posicionamientos de poder dentro del sistema institucional de la Argentina, que el nuevo gobierno menosprecia.

Así, mientras Milei sobrestima su capacidad y pericia para prescindir de las condiciones de gobernabilidad democrática, los cabilderos más avezados hacen valer su superioridad en el conocimiento del Estado y explican en canales de televisión qué es lo que debe hacer el gobierno si de verdad pretende gobernar, ajenos a sus propias responsabilidades en la decadencia del país.

Esa rivalidad de superioridades ilusorias reduce la coyuntura a la falsa polarización entre el statu quo versus la necesaria reforma del shock. Obsesionado en esa tensión, el gobierno sobreestimó sus posibilidades reales de llevar adelante una reforma de proporciones históricas de espaldas al resto del sistema político y perdió gran parte de las batallas que dio en el territorio donde se deben concretar las ideas.

Por eso, pertinaz en lo que llama convicciones reacciona, como escribió Borges, con “las más vulgares respuestas de compadrito ante la evidencia de la razón”, y se dice y luego se desdice al afirmar que no fijará por decreto el piso del salario mínimo, que no existen las paritarias, al deshacer las modificaciones en la ley nacional de Pesca y en los subsidios por zona fría, entre otros ejemplos. Todo esto mientras afirma que aquel que piensa distinto “no la ve”.

El exceso de confianza, la falta de duda, y la impericia para gestionar emociones suelen estar acompañados de una alta dosis de arrogancia. En la incipiente historia del gobierno encontramos declamaciones de un diagnóstico, posiblemente acertado y certero, de todo lo que habría que transformar en la Argentina, pero también una escasa concreción, unas cuantas contradicciones, unas cuantas marchas atrás y mucho enojo. Se podrá decir que aún hay tiempo, que es muy pronto. Es posible, pero no podemos descartar otras explicaciones.

Artículos Relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver al botón superior