Ocho décadas después sigue el misterio sobre lo sucedido en el último vuelo de Saint-Exupéry
Hace casi 26 años, el 7 de septiembre de 1998, en la red de un pescador francés, entre salmones y otras especies, comenzó a desentrañarse un antiguo enigma.
Aquella mañana, Jean Claude Antoine Blanco, de 54 años, cumplía con su rutina diaria. Pescaba en la zona del Mediterráneo que rodea a la isla de Riou, cerca de su ciudad, Marsella. Entre las especies marinas, el hombre divisó algo que apenas brillaba. Al acercarse vio que había una pieza de metal oculta entre los pescados. Se ilusionó. Deseó que fuera oro. Al limpiarla descubrió que era una pequeña pulsera. El hallazgo había generado falsas expectativas. Vio que la pulsera tenía una inscripción, pero entre la letra pequeña, la suciedad y el desencanto no le prestó demasiada atención a lo que allí estaba escrito.
Horas más tarde, ya en su casa y más tranquilo, exploró su bolsillo y extrajo su hallazgo. Acercó a sus ojos a la pulsera para poder ver bien lo que decía. Descubrió que estaba inscripto el nombre de su antiguo dueño: Antoine de Saint-Exupéry. Para que no quedaran dudas también estaba el nombre de su esposa, la mujer de la que se enamoró en Argentina mientras instalaba el sistema de Aeropostale en el país, la salvadoreña Consuelo Suncín. La inscripción se completaba con los datos de su casa editorial en Nueva York (Reynal and Hitchcock Inc. 386 4th Ave. NY City USA), la que publicó por primera vez el libro El Principito. El pescador no tenía conciencia de que esa pulsera iniciaba el camino para resolver un largo misterio. Ese misterio que durante décadas se pensó que no sería resuelto. Que esa muerte, la del escritor célebre y aviador, sólo podía ser terreno de conjeturas.
Hace 80 años, el 31 de julio de 1944, Antoine de Saint-Exupéry desapareció en el aire. Había despegado esa mañana en un avión Lightning P38, en plena Segunda Guerra Mundial, en misión de reconocimiento. Pero no jamás volvió a la base. Cuando todavía le quedaba combustible para más de una hora de vuelo, su nave dejó de ser detectada por los radares.
Saint-Exupéry ya era, para esa época , una celebridad. Sus libros eran leídos en todo Occidente. Vuelo Nocturno, Correo Aéreo y Tierra de hombres, entre otros, habían asentado su prestigio. Un año antes de su último vuelo publicó la obra que llevaría su fama y reconocimiento a otro nivel: El Principito. Ese libro le otorgaría la inmortalidad.
Pese al éxito, Saint-Exupéry, radicado en Nueva York, no encontraba sosiego. Deseaba volver a Francia y combatir contra los alemanes. La edad- tenía 44 años- era un impedimento. No podía realizar vuelos de combate. Su perseverancia y, en especial, sus contactos lograron que se hiciera una excepción a la norma que impedía a los mayores de 30 años realizar vuelos bélicos. Consiguió ser asignado como piloto de reconocimiento en Europa.
En las primeras misiones tuvo algunos contratiempos y destrozó una nave en el aterrizaje. Estuvo ocho meses en tierra. Hasta que en julio de 1944 otra vez le permitieron subir a un avión.
Los Aliados habían hecho pie en Europa. El Día D, el desembarco en Normandía había cambiado la situación. El siguiente desembarco estaba planificado en Provenza. Al autor de El Principito se le encomendó sobrevolar la zona, a gran altitud, para inspeccionar, fotografiar y detectar el estado y la modalidad de las defensas alemanas. Antoine de Saint-Exupéry desapareció mientras cumplía esa misión.
Durante décadas fue un misterio qué sucedió con él. Aquella muerte, de la que se cumplen ocho décadas, fue terreno fértil para todo tipo de conjeturas e hipótesis. Algunos elementos abonaban la incógnita: no se había recibido comunicación de radio, la nave desapareció súbitamente del radar y jamás se habían encontrado restos del avión ni en el agua ni en tierra.
En la Segunda Guerra Mundial probablemente existieron cientos de casos como estos. Fue un festival macabro de muerte y soldados desconocidos, de anónimos masacrados. Pero la fama de Saint-Exupéry ameritaba que el misterio siguiera acrecentándose. Y con las elucubraciones más variadas.
Algunos sostenían que el piloto se desvaneció al comando del avión por la falta de oxígeno y que eso produjo su muerte. De esa teoría se aferró Hugo Pratt para imaginar cómo se extinguió la vida de Saint-Exupéry en el que fue su comic final: Saint-Exupéry, el último vuelo. Pratt hace que en esos minutos el aviador haga un repaso de su historia y hasta dialogue con El Principito. Otros han afirmado que averiado por un ataque alemán, el francés realizó un aterrizaje de emergencia y fue detenido y ejecutado en tierra por soldados nazis. La tercera teoría, la que más adeptos tuvo con el correr de los años, indicaba que, divisado mientras cumplía con sus tareas de inspección, el avión de Saint-Exupéry fue derribado por un piloto enemigo y cayó al mar. Hasta hubo quienes sostuvieron que se había suicidado y que por decisión propia impactó el Lightning P38 contra el mar.
El hallazgo de la pulsera por parte del pescador francés en las aguas del Mediterráneo provocó una pequeña conmoción. Por un lado era una prueba categórica de que la muerte del escritor francés fue en el mar; por el otro, cambiaba el lugar de la búsqueda de rastros del avión. Durante casi 50 años se habían buscado los despojos de la aeronave en la zona de Niza y sus alrededores. El hallazgo de la pulsera orientó la búsqueda hacia Marsella y Toulon.
Rápidamente hubo quienes se pusieron a rastrear minuciosamente la zona. La pesquisa tuvo el primer suceso recién dos años después. Luc Vanrell, un buzo francés, divisó en el fondo del mar, cerca de la Isla de Riou, en la zona de Toulon, los restos de un avión. En 2003 se extrajeron. Se había hallado la mitad del fuselaje.
Después de cuatro años finalizó el trabajo cuando un laboratorio dio por probado que los restos descubiertos eran los del Lightning P38 de Saint-Exupery. La fe y la intuición de uno de los que intentaban descubrir qué había sucedido con el autor de El Principito hicieron el resto. La pieza traía un número de serie que hacía que la perseverancia hubiera valido la pena. Después de seis décadas de suposiciones había llegado el tiempo de la certidumbre. Una limpieza profunda logró exhibir, grabado en una de las piezas rescatadas, un número de serie: 2734. Ese número era el que correspondía a la matrícula militar del avión de Saint-Exupéry.
Ese descubrimiento no fue suficiente. Si bien se sabía el último destino del Lightning P38 todavía faltaba revelar los motivos por los que el avión terminó en el fondo del mar. Fueron halladas otras partes de la nave. Y ninguna de ellas mostraba orificios generados por balas. Pero, como buena parte del fuselaje permanece inhallable, no se debe descartar que el avión efectivamente haya sido impactado por proyectiles.
Los obsesionados con Saint-Exupéry son muchos. Uno de ellos habló telefónica o personalmente con más de mil pilotos de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana en la Segunda Guerra. Los llamados ya los hacía rutinariamente, preguntaba por obligación, dominado por su obsesión, pero casi no escuchaba lo que respondían. Había perdido las esperanzas. Hasta que en el 2008, la voz resquebrajada de un hombre 86 años lo estremeció.
Ese hombre, Horst Rippert, le dijo que desde que se habían descubierto los restos la nave, podía afirmar que él había sido quien había derribado el avión de Saint- Exupéry. Que aquella mañana de julio de 1944 sobrevolaba los cielos de Toulon para proteger a las tropas alemanas que estaban en tierra. Y que de pronto divisó por sobre su cabeza un Lightning P38. “Él volaba 3.000 metros más alto que yo, estaba efectuando una misión de reconocimiento. Vi sus insignias tricolores y maniobré para instalarme a su cola y derribarlo”, afirmó Rippert.
El alemán tenía 20 años en ese lejano 1944. Cuando fue ubicado por el periodista francés también aclaró que no podía asegurar que ese piloto que él había derribado fuera el autor de El Principito. Dijo que no pudo ver ni distinguir quién piloteaba el avión entre el casco y las antiparras y la distancia que los separaba: algo imposible en pleno vuelo. Pero podía asegurar que esa mañana él había dado en el blanco y había derribado un Lightning P38. Ese fue uno de los 28 derribos de Rippert en la guerra.
El piloto en sus declaraciones de esos años mostraba cierta ambigüedad. Por un lado exhibía el orgullo profesional de haber derribado un avión enemigo y, por otro, no podía ocultar el dolor por haber sido el causante de la muerte de un escritor al que admiraba ya en ese entonces. Como aviador, los libros de Saint-Exupéry habían sido lectura casi obligatoria para él.
La aparición de Rippert, a pesar de su enfática declaración, no resuelve el misterio ni borra todas las dudas. Rippert contó con la ventaja de la longevidad, cuando dio su versión ya casi nadie de los que podían cuestionarlo estaba vivo.
Un investigador encontró unos papeles en un archivo que ofrecen una versión que cuestiona los dichos de Rippert. Halló el informe de otro piloto alemán que revela que él también derribó un avión similar ese 31 de julio. Robert Heichele, que días después fue abatido en otra batalla, explicó en ese informe oficial y en una carta a un amigo que él con su caza Landser hizo caer al mar aquel avión de observación que sobrevolaba Toulon. Ninguno de estos testimonios o documentos son contundentes para determinar quién fue el causante de la muerte del escritor francés.
Antoine de Saint-Exupéry, a 80 años de su muerte, perdura a través de su obra. Así es la vida de los escritores. Una existencia que se prolonga mucho más que la de su permanencia en la tierra (o en los cielos en este caso). Su espíritu aventurero, su vocación por luchar contra la injusticia lo llevó a batallar en lugar de disfrutar los frutos de su éxito y del reconocimiento mundial. No fue elección. Era una pulsión, una fuerza incontrolable contra la que no podía pelear, a la que debía seguir.
En su biografía están sus libros, los primeros vuelos, la pasión por volar, el viaje a la Argentina, su casamiento con Consuelo, el accidente en el Sahara que le provocó fracturas varias y en el que casi muere de sed e inanición, su posicionamiento durante la Segunda Guerra Mundial, su insistencia por participar activamente, por no ser un espectador, y su muerte.
Esa muerte que en los últimos años se fue aclarando, sobre la que se fueron hallando algunas precisiones, pero a la que siempre rodeará el misterio.
Y, quizá, no esté mal que así sea.
Este artículo se publicó originalmente en septiembre de 2023