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El pequeño país que pudo se pregunta si todavía puede

Especial para Infobae de The New York Times.

Luis Suárez llegó primero. Y en el transcurso ordinario de las cosas, para una ciudad como Salto (una localidad taciturna ubicada en un rincón distante de un país diminuto), eso la habría hecho famosa: ser el lugar de origen de uno de los mejores delanteros de una generación. Excepto que, justo tres semanas después, arribó un segundo.

Edinson Cavani creció a solo unas calles de Suárez. Lo curioso es que los dos jugadores que ayudarían a convertir, durante más de una década, a la selección nacional de Uruguay en una de las más potentes del mundo nacieron en una sucesión tan rápida, con tal proximidad, que le da a su historia de vida un brillo un poco fantástico. Después de todo, se supone que los relámpagos no caen dos veces en el mismo lugar.

Aunque esto parezca una mera coincidencia, el tipo de cosa que no podría (o no debería) suceder de nuevo, así no es cómo lo ven en Salto, Uruguay.

“Es fortuito, por supuesto, pero no es solo fortuito”, dijo Fabián Coito, entrenador juvenil de larga data en Uruguay. “Hay muchos equipos de futbol en Salto. Los niños juegan desde corta edad en ligas competitivas. Es industrial y agrícola. Es el tipo de lugar donde es más probable que esas cosas ocurran”.

Esa es la historia que Uruguay, en gran medida, se ha contado a sí mismo durante algún tiempo, es la manera en que el país explica el papel tan grande que desempeña en el futbol global, su estatus como ganador en dos ocasiones de la Copa del Mundo, en 1930 y 1950. Sin embargo, incluso bajo esos estándares, la década pasada ha sido una especie de era dorada.

Una defensa inamovible, elaborada en torno al indómito Diego Godín y complementada por un ataque imparable, conformada por Suárez y Cavani, ha convertido a Uruguay (según algunos criterios) en lo que podría considerarse la nación más exitosa del futbol sudamericano.

En las tres Copas Mundiales más recientes, ha llegado a una semifinal, a unos cuartos de final y a octavos, un mejor desempeño que Argentina e igual al de Brasil. También obtuvo la Copa América. Uruguay lo hizo todo con una población de solo tres millones de habitantes. Este es un lugar en el que los relámpagos caen más seguido de lo sospechado.

No obstante, de manera lenta y repentina, una sombra se cierne sobre el resplandor de Uruguay. Sus últimos dos partidos de clasificación a la Copa del Mundo, contra Argentina y Brasil, terminaron en fuertes derrotas, y el partido de vuelta contra Argentina del viernes en Montevideo y una visita a Bolivia el martes no parecen augurar un panorama más favorable. Uruguay se ubica en el quinto lugar en la fase clasificatoria de Sudamérica antes de esos juegos, por lo que está en peligro de perder la calificación directa para Catar 2022 y alejarse de la seguridad de un lugar en la fase de eliminatorias.

Por primera vez, el director técnico que ha supervisado el resurgimiento de Uruguay en el escenario internacional, Óscar Washington Tabárez, de 74 años, se ha visto vulnerable porque su movimiento está restringido por el síndrome de Guillain-Barré, pero asegura que no ha ocurrido lo mismo con su capacidad. Algunos en Uruguay creen que sus mejores días ya pasaron.

Otros creen que la sola idea raya en lo impensable, algo entre anatema y herejía. Suárez indicó que esto mostraba lo “consentida” que estaba la gente (hinchas, periodistas, directivos, incluso quizás los jugadores) por el éxito. Uno de sus compañeros de equipo, el defensa central de gran estatura José María Giménez, se quejó de que el “futbol no tiene memoria”. Incluso Diego Forlán, el delantero que ahora se ha retirado a un papel de estimado estadista veterano. “Me dolería que acabara de esta manera”, dijo después de las dos derrotas más recientes del equipo.

Por supuesto, no terminó así, o al menos no terminó en ese momento. Tras la derrota ante Brasil, Tabárez y sus asistentes fueron llamados a la sede de la Asociación Uruguaya de Futbol. Durante dos horas, plantearon sus argumentos ante los directivos. Los líderes de la federación aceptaron consultar la decisión con la almohada; a la mañana siguiente, confirmaron que Tabárez seguiría al frente.

Aunque, en el aire flotaba la sensación de un golpe pospuesto, no evitado. Tabárez podría ser relevado de su puesto a finales de este año, para darle a su remplazo tiempo de prepararse para la etapa final de las eliminatorias en 2022, o en el momento en que Uruguay no logre clasificar a Catar. Si el país queda en la Copa Mundial, se marchará, a más tardar, cuando su participación concluya. En realidad, nadie debate que el ciclo de Tabárez haya llegado a su fin. Solo se habla de cuándo lo hará.

No obstante, el director técnico no es el único que está en esa posición. “El tiempo pasa”, dijo Coito con melancolía. Muchos de los veteranos del Mundial de Sudáfrica (incluyendo a Forlán, el mejor jugador del torneo en 2010, y a Diego Lugano, el capitán) se han retirado. Aquellos que permanecen están en el ocaso de sus carreras. Godín, el experimentado corazón de la defensa, tiene 35 años. La misma edad que Fernando Muslera, el arquero talentoso y errático. Suárez tiene 34 y Cavani es solo tres semanas más joven que él.

Catar también será el final de sus trayectorias, de una manera u otra. A medida que el epílogo se aproxima, Uruguay se ha visto obligado a enfrentar una pregunta que ha tenido la fortuna de ignorar durante más de una década: ¿cómo se ve la vida después de la era dorada?

“Por supuesto que hay un poco de coincidencia en el hecho de tener a tres delanteros del más alto nivel (Suárez, Cavani y Forlán) en el mismo equipo”, dijo Tito Sierra, un agente, cazatalentos e inversionista de varios equipos uruguayos. “Pero hemos hecho esto cada década. Siempre hay más talento”.

Su optimismo se basa en la historia. Cuando el mejor jugador que Uruguay ha producido, Enzo Francescoli, llegó a su ocaso, fue remplazado por jugadores como Ruben Sosa y Daniel Fonseca. Cuando el tiempo de estos pasó, llegaron la brutalidad carismática de Paolo Montero y la brillantez destellante de Álvaro Recoba.

Suárez, Cavani, Godín y el resto no son la culminación de un proceso, sino simplemente otro capítulo más en la autobiografía de Uruguay, su historia tiene un lugar que no está sujeto al azar, es el lugar donde siguen cayendo relámpagos.

No obstante, otros no están tan confiados. Hay quienes opinan que es solo una apreciación de lo que ha logrado esta generación. “Las expectativas son muy altas”, dijo Germán Brunati, director deportivo del Montevideo City Torque, el club en Sudamérica de City Football Group, la organización detrás del Manchester City y el New York City FC. “Remplazar a jugadores que han pasado quince años en el nivel más alto de Europa no será fácil”.

En una tarde de esta semana, Coito estaba en Montevideo, la capital de Uruguay, viendo un partido de baby futbol. Los jugadores que tiene en la mira son de 5 o 6 años. Estos son solo dos equipos, en un parque, en una ciudad. Hay miles más en todo el país.

Es posible que entre ellos no haya un Suárez o un Cavani, pero habrá otros allá afuera, en algún lugar, otro relámpago caerá del cielo. “Los jugadores llegarán. Tal vez sean diferentes, pero siempre habrá más jugadores”.

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