Los expulsaron de sus países por ser judíos y sus cartas anticipaban el horror nazi: “Gobierna el infierno”
La vida de Joseph Roth y Stefan Zweig tienen muchas cosas en común. Ambos nacieron bajo el Imperio Austrohúngaro, fueron grandes escritores, padecieron la expulsión de sus países por ser judíos y lucharon contra el nazismo. Ambos también murieron en el exilio, durante la Segunda Guerra Mundial. Roth terminó sus días en un hospital parisino en 1939. Zweig se suicidó en Brasil, en 1942, cuando parecía que los nazis eran invencibles.
También hay grandes diferencias entre uno y otro: Roth apoyó el retorno del Emperador austrohúngaro al poder, y Zweig siempre fue un humanista demócrata. Además, mientras Roth se hundía en las deudas y el alcohol y no lograba tener éxito, Zweig recorría el mundo dando conferencias y sus libros eran best-sellers.
Roth podría haber dicho de Zweig lo mismo que Scott Fitzgerald escribió sobre Hemingway: “Él es exitoso, yo un fracasado; nunca nos podremos sentar en la misma mesa”. Y, sin embargo, Roth fue amigo de Zweig y nunca dejó de escribirle cartas, pedirle que intercediera para la publicación de sus libros y rogarle que le enviara dinero. Algo que Zweig hizo desde Austria e Inglaterra (donde vivió unos años) pero que no fue suficiente para cubrir las deudas de su amigo.
Aunque sus fortunas literarias fueron diferentes, Roth descubrió que la historia inmediata les reservaba un destino común. En 1933, pocos años antes de que comenzara la Segunda Guerra, le escribió desde París una carta a Zweig en la que le decía: “Entretanto sabrá usted que nos aproximamos a grandes catástrofes. Aparte de lo privado –nuestra existencia literaria y material queda aniquilada– todo conduce a una nueva guerra. No doy un céntimo por nuestras vidas. Los bárbaros han conseguido gobernar. No se haga ilusiones. Gobierna el infierno”.
Otra cosa une a Roth con Zweig: las novelas de ambos son muy entretenidas, verdaderos apólogos sabios escritos bajo el influjo de Stendhal que, como se sabe, leía el Código Civil antes de narrar las pasiones de sus personajes. Historias de amor, de venganza o de ambición contadas con precisión y fluidez, aunque desde perspectivas opuestas: Roth con su amargo escepticismo, Zweig con su esperanza inalterable en la bondad humana.
La editorial Godot ha tenido la excelente idea de crear la Colección Stefan Zweig, que ya lleva nueve títulos, y la Colección Joseph Roth, que consta de cinco libros. Se trata de ediciones más accesibles económicamente que las españolas y que además cuentan con excelentes traducciones y una impresión muy cuidada.
Siempre me pareció que Roth era un talento único y que tanto sus novelas como sus crónicas (como aquellas que narran los desencuentros entre los judíos de Berlín y los que venían de Europa oriental) son testimonios excepcionales del infierno que se avecinaba. Escritas al calor de las deudas y en domicilios nunca fijos, novelas como La rebelión o La leyenda del santo bebedor narran los desajustes entre la desgracia de los personajes y un mundo burocrático que les es indiferente. En La leyenda del santo bebedor, relato que fue publicado después de su muerte, la celebración del alcohol es también una defensa de la literatura como modo de crear mundos alternativos entregados a la suerte que tal vez pueda ser próspera (aunque raramente lo es).
El destino que Roth pensó para los judíos era también el suyo propio: “Sigue siendo el éxodo de Egipto, que dura ya milenios –escribe en las crónicas de Judíos errantes–. Hay que estar siempre prestos a llevarlo todo consigo, el pan y una cebolla en un bolsillo, y en el otro, el cinto de orar. Quién sabe si a la hora siguiente no habrá que echarse de nuevo a peregrinar”. Aunque hacia el final de su vida hizo una defensa encendida del cristianismo, en todos sus relatos se percibe la presencia del judaísmo y su cultura de parábolas e interpretaciones.
Stefan Zweig era uno de los autores más exitosos de la década del 30. En 1936, estuvo en Buenos Aires asistiendo al Congreso del PEN Club. Una muy buena película reconstruye estos años: Adiós a Europa, de Maria Schrader, y el escritor la evoca en sus memorias El mundo de ayer. Además de sus ensayos, que generalmente se preocupan por reverenciar la tradición humanista europea, Zweig fue un maestro del relato breve o de la nouvelle.
[La obra de Stefan Zweig puede comprars en formato digital en Bajalibros clickeando acá]
Una partida de ajedrez recuerda a la serie Gambito de dama y deja una historia enigmática en la que se enfrentan en un crucero dos ajedrecistas llegados del Imperio Austrohúngaro: el campesino Mirko, convertido en campeón mundial y eximio jugador, pero sin capacidad para abstraerse del tablero. Y B., un prisionero de los nazis que adquirió sus dotes en un tablero mental durante su detención. Son dos personajes simbólicos de la dificultad del Imperio de crear una cultura armónica y vital.
Stefan Zweig tuvo la suerte de haber tenido excelentes adaptaciones al cine: Rossellini adaptó Angst en 1954 con Íngrid Bergman, y Wes Anderson, no hace mucho, se inspiró en sus relatos para hacer El gran hotel Budapest (en la Argentina, Amelia Bence interpretó Veinticuatro horas en la vida de un mujer, novela que está en la colección de Godot). Pero sin duda, la adaptación más sublime le corresponde a Max Ophüls y su Carta de una desconocida (1948), epítome del melodrama, protagonizado por Joan Fontaine.
Como lo dice el título, se trata de una carta escrita por una mujer. El punto de vista femenino para contar una historia de amor ha hecho tanto de la novela como de la película una pieza clave de la teoría feminista. Todos los ingredientes del melodrama aparecen en la carta de Lisa, la protagonista: el demasiado tarde, el sufrimiento de la mujer hasta lo irrepresentable, el pasaje de la virgen a la novia, la elección a la que se ve llevada la mujer entre ser madre o amante, la aparición del niño como una muestra de que el orden patriarcal se perpetúa y se renueva.
Pero también algo que es central tanto en las narraciones de Zweig como en las de Roth: las tensiones entre el nuevo orden burgués y el orden monárquico en disolución. La Viena fin-de-siglo sobre la que escribió Carl Schorske y de donde salieron Musil, Freud, Wittgenstein, Mahler, Schoenberg, Kandinsky, Schnitzler y tantos otros. Choque entre el estilo de vida aristocrático y la objetividad liberal y racional y la oposición –evidente en Carta de una desconocida –entre los militares que sostienen un mundo de pompa, ligeramente anacrónico, frente al mundo disoluto del artista.
Antes de morir, Stefan Zweig publicó Brasil, país del futuro. Pensó que en las nuevas tierras que estaba conociendo (y en las que se había instalado), se abría una nueva era de prosperidad y tolerancia. Cabe pensar que, en un momento de desesperación, Zweig pensó que en esa tierra de futuro no había un futuro para él. “Gobierna el infierno”, como escribió con amargura Joseph Roth.
Seguir leyendo: